Solía atraparlo al amanecer cuando llegaba ebrio a casa,
Entonces a duras penas lo metía en mi habitación,
Y lo abrazaba y luego lo dejaba junto a mí.
Era mi perro.
Al principio lo reventaba y le lanzaba latigazos con alambres de acero,
Y lo pateaba con enorme brutalidad,
pero su postura ante el dolor era diferente,
cualquier otro perro me hubiera atacado,
y hasta me hubiera matado ante cualquier descuido,
pero el sólo me miraba desde su esquina de trapos y huesos.
Solía escaparse a través de la ventana del tercer piso,
Y peleaba contra los mejores de la cuadra,
Perros grandes y sucios,
Perros con los dientes afilados como cobras,
Bestias enormes y violentas,
Tendrían que haberlo visto.
Pero un día no volvió.
Encontramos su cuerpo sobre un jardín entre dos pistas,
Su cabeza había estallado seguramente por el impacto.
Bien Alois, te enterré en mi jardín en una pequeña caja de leche,
Ese día fui a beber,
Y fue la primera vez que un pensamiento me hace salir de un bar.